jueves, 22 de octubre de 2009

Reflexión sobre algunos conceptos tratados en la asignatura de Teoria de al Historia

La concepción de continuidad, ruptura y transformación son problemáticas filosóficas de interés para la Historia, puesto que en su estudio, éstas concepciones aparecen como construcciones mentales determinantes para “reconstrucción histórica” de los hechos, así como para su respectiva interpretación. ¿Qué hay de particular y de singular en un hecho que aparentemente responde a una continuidad? ¿Y en el marco de qué continuidad se presenta la ruptura para ser considerada como tal? ¿Acaso se pueden conocer o elaborar leyes de ruptura? ¿O una estructura de la discontinuidad? ¿Puede el enfoque de lo discontinuo tener igual capacidad explicativa que la continuidad? Es preciso asimilar una especie de estratificaciones debajo de las líneas temporales para dar paso a nuevas dimensiones de análisis y nuevas posibilidades de causación. La complejidad del mundo contemporáneo obliga al investigador actual emprender un proceso un tanto doloroso y en algún sentido catártico, que le permita despojarse de los esquemas más rígidos y aparentemente seguros, que si bien es cierto responden a un nivel específico de preguntas planteadas, no pueden ser tomados como absolutos, ni abarcar en su totalidad los hechos. Ejemplo de ello, es la historia oficial hondureña, plagada de figuras míticas y enmarcada en modelos importados, rígidamente dividida y en cuyo estudio prevalecen muchas veces los juicios de valor del historiador por sobre el estudio formal

La Historia, como estudio sistemático del ser humano a través del tiempo, se enfrenta a problemas de orden epistemológico, siendo el de la discontinuidad uno de especial importancia. Por discontinuo hemos de entender algo que se interrumpe. Es por ello, que de manera casi natural, es más fácil entender a la historia –en condición de objeto- como algo continuo y a la Historia –como ciencia- como el estudio de las continuidades. De hecho, muchos de los elementos que atañen al estudio histórico brindan lo que M. Foucault llama “nociones de continuidad” es decir “síntesis fabricadas, agrupamientos que se admiten de ordinario “, que no se sujetan a la crítica y que forman parte de lo que define como un “juego de continuidad”. Entre tales nociones menciona la tradición, el desarrollo, la evolución, la mentalidad y el espíritu. Cada una de ellas hará referencia ya sea a un origen, a analogías de los hechos, a las leyes que pueden regir los cambios o a lo que subyace a lo evidente. De tal manera que buscan explicar, pero de manera una tanto difusa o imprecisa, la incidencia de los acontecimientos y las relaciones entre ellos.

Para el caso de la Historia, la búsqueda constante de la repetición de los hechos y las subyacentes relaciones entre los mismos, al igual que de los nexos unívocos de causalidad, exponen al investigador de la res gestae a una situación de peligrosa y ruda irreflexión filosófica sobre los hechos concebidos como históricos, y más aun, ante el conocimiento histórico en sí mismo. Si bien es cierto, la explicación teórica de los hechos desde la perspectiva histórica necesita –o ha necesitado hasta ahora- del uso indiscutible de la concepción estructural, ésta no presenta ni en lo teórico, ni en lo práctico, límites fijos o cortes rotundos, a partir de los cuales podamos agrupar o segregar los hechos y mucho menos explicarlos totalmente. Los hechos históricos son más una dispersión que una conjunción. ¿Cuál es la diferencia entre la naturaleza de un hecho medieval con respecto a uno moderno? ¿Cuál es la condición mínima o umbral requerido para que un hecho sea concebido como de uno u otro período si intentamos ir más allá del marco temporal? ¿Existe una relación de causalidad directa entre el hecho –o el discurso- como irrupción en la realidad y la ley o estructura que lo explica? ¿No depende de la teoría elaborada que un hecho sea o no concebido como tal? Y, de ser así ¿Hasta dónde el hecho histórico es producto de la misma mente que lo imagina y lo concibe como tal? Ni siquiera la cronología positivista pasa de ser una herramienta simple y rudimentaria para la ubicación esquemática de los hechos históricos reconstruidos desde su singularidad.

El cuestionamiento filosófico sobre los conceptos tradicionalmente usados en la historiografía para la comprensión de la realidad histórica propone el uso de un ejercicio de negación ante todo lo que pueda presentarse como indiscutiblemente dado, es decir “la suspensión de las unidades admitidas”. Desde tal perspectiva, hasta nociones tan básicas como las de “libro” y “obra” resultan susceptibles en cuanto a su difusa existencia como discursos que pueden oscilar ente todas las temáticas, formas, significados, interpretaciones y referencias posibles. De igual manera cada unidad de análisis está conectada a todas las demás y estas a su vez no distan demasiado unas de otras y el corte entre una y otra no existe más que en la mente de quien las concibe.

Para los historiares es de primordial interés preguntarnos si acaso en la historia existen umbrales, cortes, rupturas, transformaciones o mutaciones. SI existen las series de hechos y si estas series tienen un inicio y un fin verificables o cuando menos, perceptibles. De hecho, en la práctica de la investigación, nos vemos obligados, de manera consciente o inconsciente, a realizar cortes de manera arbitraria y en base a criterios diversos. Sin embargo, estos cortes metodológicos –por así decirlo- efectuados sobre lo que para nosotros es evidente ruptura, tienen un alcance de profundidad limitada. Hay estratos hasta los cuales la investigación histórica no llega sino que asume y toma por sentados, puesto que son estos estratos más profundos, los que sirven de cimentación teórica. Ahora bien ¿Hasta qué punto coinciden los cortes metodológicos de la investigación -en tiempo y espacio- con los llamados “fenómenos de ruptura” que podamos encontrar en la historia como objeto? ¿Y qué tan pertinentes son entre sí la teoría asumida, las referencias utilizadas, la estructura dentro de la cual enmarcamos el hecho particular, las conceptualizaciones y el discurso –presumiblemente científico- que al final resulte de la investigación? Está claro que una de las claves podría encontrarse en el manejo de la hermenéutica. Otra, en el nivel de control sobre el lenguaje tanto histórico como científico y actual que se tenga.

La dimensionalidad múltiple de las series históricas como modelo inicial de análisis plantea una preocupación grande para la Historia en cuanto a la necesidad de- si bien no deshacernos del todo de las bondadosas visiones estructurales de la realidad histórica- sí de re-concebirlas, reubicarlas y hasta revalorarlas, de manera que no sean las estructuras en sí el centro de la atención sino lo que a partir de ellas se quiera explicar, negar o descartar dejando puertas abiertas y entradas libres para la novedad y la importancia de lo parcial, lo relativo o lo incompleto.

José Avelino Izaguirre Osorio.

Estudiante de la carrera de Historia. UNAH.

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